Y hoy quisiera Señora poder vestirte, como cuando visto mi Consolación, la que sana y cura las heridas de mi alma, déjame vestirte Madre, como cuando acaricio las manos de mi Rosario, déjame vestirte como en los momentos de Soledad en las clausuras jerónimas, como en la Amargura radiante de tu Divina Comendadora. Déjame vestirte con la elegancia de un río Darro que llora ante tus Maravillas, y con la majestad de la Alhambra que se arrodilla por tus Dolores.

Déjame vestirte y adornar tu Dulce Nombre, déjame resaltar con la gracia que Dios me dio el brillo de tu Estrella Albaycinera y la candidez de la que se hace Novia en el Realejo. Déjame vestirte Madre, y que alivie con mi ternura tu Mayor Dolor, tu Amargura entre olivos del Santo Reino, y resalte la elegancia de mi Reina Accitana. Déjame vestirte de Salud y Esperanza, para recibir a los que se fueron, y ahora viven en mi alma.

De la II exaltación mariana a la Purísima Concepción – Patrona de Talará

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martes, 17 de abril de 2012

LOS OJOS DE LA VIRGEN...

Todo el dolor y el sufrimiento de una madre queda reflejado en el semblante de su mirada. Los ojos recogen lo más hondo del sentir del corazón, son el espejo mismo del alma. Y es precisamente ahí, donde los hermanos del Santo Cristo de San Agustín buscamos el consuelo de Nuestra Madre.
El sevillano imaginero Antonio Joaquín Dubé de Luque quiso dotar la Imagen de Nuestra Titular Mariana de una gran fuerza expresiva en la mirada...dos ojos grandes, bien abiertos, sobre los que reposa el cansancio de unos bellos párpados afligidos por el dolor y la inquietud de una larga jornada de sufrimiento por el juicio y la pasión de su Amado Hijo Jesús. 

Unos ojos que quedan flanqueados por el discurrir de cuatro lágrimas que resbalan por las cálidas y femeninas mejillas de La que es Toda Hermosa, llena de juventud y de limpia hermosura, cuatro lágrimas, una por cada misterio de dolor del Rosario, pues la quinta, correspondiente a la muerte del Señor en la Cruz, aún no se ha desbordado del ojo, pues María tiene esperanza, una esperanza firme y certera en la Resurrección de su Hijo, y es ahí donde precisamente emana el consuelo maternal de Nuestra Señora. 

Los ojos de Consolación trasmiten dulzura, sosiego, esperanza... la mirada de Consolación transmite con gran fuerza el consuelo que cualquier hijo busca en los ojos y en el regazo de su madre.

Muchos son los hermanos de la Hermandad y los devotos que cada tarde se acercan a la reja de la recoleta capilla del Santo Ángel buscando los ojos de la Señora, buscando y suplicando el consuelo a su Madre, Abogada de nuestras miserias, buscando la ternura, y la paz que transmiten esos ojos inmaculados del color de la miel, dulces como los mismos panales, luminosos como potentes luceros que llenan de esperanza el discurrir de la vida de muchos granadinos que se acercan a contar cada tarde sus problemas a La más poderosa intercesora, La que el mismo Cristo nos legó desde el árbol de la Cruz, como Madre y Reina de la Iglesia. Y desde aquél preciso instante María no ha dejado de interceder por todos y cada uno de nosotros, por todos los hijos de la Iglesia y por el resto de sus hijos de otras confesiones que no han tenido el privilegio de conocer la Buena Nueva de Jesús, pero que igualmente son hijos del Inmaculado Corazón de María. 
Y en Consolación encuentran el consuelo...el consuelo que sólamente Ella es capaz de dar, el consuelo que tiene su principal cimiento en la esperanza, la esperanza de la Resurrección, la esperanza de un nuevo amanecer, la esperanza de un renacer a la nueva vida con Cristo, la esperanza de la salvación puesta en la certeza de que Cristo ya nos ha salvado; su muerte no ha sido en vano, el árbol de la cruz ya ha dado sus frutos y se ha revestido de resplandeciente plata labrada. Consolación inclina y gira su cabeza hacia el Discípulo Amado, su nuevo hijo, en el que estamos representados todos y cada uno de nosotros, para oír mejor sus súplicas, para atender mejor sus necesidades, pues La que busca el consuelo, es ahora fuente de Consolación para el mundo, ya su dolor no importa, sino el de sus hijos, pues María antes que Reina y Señora es Madre, la Madre del nuevo pueblo que su Hijo ha salvado con su sangre.

La belleza con la que el Señor quiso adornar a su Madre y todas las virtudes que quiso concentrar en Ella quedan reflejadas en la extraordinaria belleza que el imaginero imprimió a su magistral obra, es por ello que Consolación muestra una hermosa y afilada nariz femenina y unos carnosos labios llenos de frescura y realismo, así como a su vez unas arqueadas cejas que refuerzan el gesto de sufrimiento contrarrestado por la dulzura de su mirada. En definitiva un resplandeciente rostro que enamora al devoto que la contempla en su capilla o cada Lunes santo en su paso de palio, y cuya máxima expresión de belleza tiene lugar cada tercer sábado del mes de octubre, cuando la Sagrada imagen queda expuesta en solemne y devoto besamano para recibir el gesto de devoción y cariño de todos sus devotos que han encntrado en Consolación la fuerza para seguir luchando cada día a pesar de las adversidades de la vida, pero que saben que navegando con Ella, llegarán felices a puerto. Te quiero Consolación, te quiero Madre mía.

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